Góndola de Pescado Blanco y Surimi, Revuelto de Setas y Gambas, Ensalada de Tomate y Mozzarella di Bufala, Curry Tekki Masala de Costilla, con Cuscús.
Soy el único a bordo que, debido a la disociación producida en la tripulación por las condiciones en las que se aceptó variar nuestro plan de vacaciones pactado con la Gerencia –tres tripulantes no pudieron cambiarlo, ya tenían comprados billetes, estancias en hoteles, etc.-, está haciendo trabajo doble. Los demás departamentos están constituidos por, al menos, tres personas,; en la cocina, todo lo que normalmente realizaría el ayudante de cocina lo debo hacer yo, incluida la limpieza diaria después de dar la cena. Hacerlo a más de treinta grados, con una humedad ambiental propia de alta mar en verano, te deja los electrolitos del cuerpo como si hubieras hecho una sesión doble de spinning. Por eso hay ocasiones en que, por mucho que me gusta estar en proa al atardecer, con los prismáticos y la cámara, en lo único que puedo pensar es en encerrarme en mi camarote con sus 23ºC de temperatura y una lata de agua de Vichy con aroma a naranja –hay vicios peores-, para dejar que el cuerpo recupere resuello poco a poco. De hecho, yo creo que casi todo el mundo a bordo hace lo mismo, salvo los que están de guardia y Eva y David, que no hay tarde que no jueguen un par de partidas de las Senas, un juego oriundo de Murcia –de donde es David-parecido al Backgammon.
Pero ayer fue diferente.
La mar, que a primera hora de la mañana tenía genio suficiente como para que al estar en proa corrieras el riesgo de recibir algún roción, fue calmándose lentamente a lo largo del día. Mientras limpiaba los mamparos de la cocina podía ver, a través de sus portillos completamente abiertos –primera señal de buen tiempo- que la mar se había calmado completamente. Se había clamado tanto que seguramente podríamos ver nuestro reflejo en su superficie, asomados desde la proa. Así que hice de tripas corazón y al acabar la limpieza me armé con mi set de observador. Nunca se pierde la esperanza de tener un encuentro mágico con los habitantes de la mar y el cielo, y las condiciones de la tarde eran idóneas.
Nada más salir a la cubierta de popa, de la que nace la escalera que lleva a la cubierta superior y a la proa, los vi. Superando la débil estela que formaba el barco, un grupo de una docena de delfines listados –Stenella coeruleoalba, Dauphin blue et blanc (Fr), Striped dolphin (Ing)- nos alcanzaban por la aleta de estribor mientras nadaban indolentemente. No les hacía falta mayor esfuerzo: nuestra velocidad de escolta es de 4.5 nudos, normalmente. Me quedé petrificado, esperando ver si se decidían a acudir a la proa o se acababan alejando, con algunas piruetas propias de esta especie. Los delfines listados, que se encuentran entre los delfines “pequeños” (1,8 – 2,5 metros) son, a veces, cautelosos con los barcos. Forman grupos compactos que esperan el paso del barco, y cuando ya se aleja lo festejan con saltos acrobáticos –son una de las especies más dadas a ese tipo de manifestaciones, al menos de los que son presentes en el Mediterráneo-.
Al comprobar que se iban acercando a la proa, yo hice lo propio, preparando la cámara para disparar con un compromiso entre las condiciones de luz escasa y la necesidad de hacerlo a una velocidad suficiente como para que no salgan borrosas.
Ellos llegaron primero. Me asomé a la proa sin aspavientos y ahí estaban, nadando por delante de la roda, intentando surfear con la ola desplazada por nuestro lento empuje. Como no les daba para mucho, de vez en cuando hacían un brusco giro y se sumergían hasta perderlos de vista. Después se les veía reincorporarse a la formación desde las alas. Con un orden que se diría preestablecido, uno por uno iban pasando a una posición central en la formación, y entonces giraban su cuerpo noventa grados y nos enseñaban su costado engalanado por dibujos listados que parecen tatuajes étnicos –aunque, obviamente, la inspiración fue en sentido contrario-, y su ojo oscuro que nos contemplaba, supongo que con una mezcla de curiosidad, recelo o, quizás, confianza mutua.
No estuvieron mucho rato. Nunca lo están, y menos ante un barco lento como el GdC. Al final, la formación de delfines listados se deshizo como lo hace la de aviones acrobáticos, formando un abanico que se abrió por los dos costados del barco. Y, como hacen a menudo, una vez alejados por la popa, a alguno de ellos le tocó el turno de hacer algunos saltos fuera del agua, no sé si para congratularse de que todos estaban sanos y salvos después de acercarse a los humanos, o como despedida.
La visita efímera de los delfines listados fue un momento mágico, de una belleza que te reconcilia con una campaña que a bordo del GdC se está viviendo, más bien, como un tránsito indefinido, salvo el personal del puente, claro, que es en el que recae la responsabilidad de estar atento a lo que se acerca a nuestro convoy.
Verlos me tranquilizó. Es verdad que el GdC, cuando navega a proa del SdG, lo hace a unas dos millas y media –cuatro, cuando navega a popa de este-, y que probablemente los delfines detectaran el sonido de los cañones de aire, pero no su onda sísmica. También es bastante probable que no se acerquen mucho a dichos cañones cuando están disparando. Quienes tripularon la zodiac que se botó desde el GdC para liberar de los restos de un palangre a la boya amarilla que remata la línea de streamer, dicen que era totalmente perceptible el impacto de la onda sísmica sobre los flotadores de la zodiac. Seguramente todos los animales nadadores procuran ponerse a salvo antes de sufrir daños por el efecto de la sísmica en sus cuerpos. Eso espero. Francamente, y lo digo desde un punto de vista absolutamente personal, me interesa más la salud de la vida marina que saber qué hay a varios kilómetros de profundidad bajo el subsuelo marino, qué fallas y qué fracturas, qué fluidos y en cuánta cantidad. Es cuestión de prioridades, y prerrogativa propia de un cocinillas ignorante como yo que, sin embargo, es consciente que ahora mismo está cocinando, aunque sólo sea de manera tangente, para que esos cañones puedan investigar los misterios del subsuelo marino. Un cocinillas ignorante, sí, pero consciente de que en todos sitios cuecen habas y que, por ejemplo, cuando realizamos estudios relacionados con recursos pesqueros, uno de los métodos más eficaces para recabar información es la pesca con un arte de arrastre, ridículamente pequeño comparado con el que utilizan los grandes arrastreros e incluso los pesqueros que van “al día”, pero arrastre al fin y al cabo, con todo lo que ello significa en cuanto a impacto ambiental.
Confío en que los científicos tengan bien dimensionado el nivel de intrusismo en la Naturaleza para poder estudiarla sin que el daño producido sea mayor que el bien que se persigue. De la misma manera, doy por hecho de que los científicos que embarcan en el GdC confían en el nivel de salubridad e higiene con el que se trabaja en su Fonda, independientemente de que les guste más o menos la vinagreta de turno.
Es cuestión, al fin y al cabo, de mutua confianza.
cronicasgdc.garciadelcid@skyfile.com