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Sardinitas Fritas

Mezclum de Hojas Verdes, Aliñada con Pesto

Lomos de Lubina Escabechados

 

Pequeños meteoritos líquidos caen sobre la cubierta salpicándolo todo mientras el levante mece al barco con la lenta cadencia del péndulo de un reloj de carillón. Su repiqueteo se une a la saudade de un 25 de Abril vecino y envidiado hasta conseguir inundarnos de melancolía.

Ignoro cuántos proyectos han dejado pasado por el GdC, marcando con sus instrumentos cicatrices en el acero verde de la cubierta que son maquilladas una vez tras otra por los marineros, pero cuando se descorcharon botellas para celebrar el final de la última campaña de DOSMARES, nadie pudo evitar expresar el deseo de que no fuera la última vez que nos encontráramos, que disfrutáramos los unos de los otros y nos aprovecháramos cada uno de lo que los otros saben. Durante dos años DOSMARES ha estado trabajando con el GdC en un intento de comprender cómo el fenómeno del “cascading” –la precipitación torrencial (de una dimensión difícil de imaginar) de agua relativamente fría, desde la plataforma continental, por el talud y los cañones submarinos, hasta las llanuras abisales- influye en las especies que habitan dichas áreas y en sus ritmos biológicos. Para ello se ha estado fondeando trampas de sedimentos y correntímetros, y se han tomado muestras estratificadas de los fangos del fondo marino y de las especies que lo habitan. Paralelamente, esos mismos trabajos se han estado realizando en aguas cantábricas, en un intento de diseñar un polígono cuyos vértices serían los fenómenos ocurridos en dichas aguas, los ocurridos en aguas del litoral catalán, y las condiciones meteorológicas en ambas zonas, para crear un modelo que conjugase todos esos parámetros.

Pero, es un hecho, DOSMARES ha acabado, al menos en su vertiente mediterránea. Hemos recogido el fondeo que aún quedaba sumergido, realizado las últimas pescas y los últimos muestreos del fondo. Ahora queda esperar qué resultados finales se publican, como aportaciones del proyecto y como conclusiones de las tesis asociadas a él.

Nos despedimos de Batis, de DOSMARES, de todas las personas que han trabajado para el proyecto a bordo del GdC, esperando que un futuro cercano nos permita a ambos, al GdC y al grupo de científicos que han trabajado a bordo, convocar sinergias como lo hemos estado haciendo hasta ahora, a pesar de todo.

Hablar del “a pesar de todo” en este caso es imprescindible si se quiere reflejar el pulso vital del barco. Algo de mala meteorología hemos tenido, y eso nos ha obligado a perder algunas horas de trabajo entorpeciendo la eficacia de unos pocos muestreos. Pero, muy por encima de esa contingencia, hemos tenido que soportar la del mal funcionamiento del multicore, instrumento con el que se recogen muestras del fondo marino respetando la estratificación de los sedimentos y que hoy por hoy es considerado a bordo como “cacharro non grato”. Dicho mal funcionamiento obligó a la campaña a acabar antes de tiempo, llegando a puerto con una ínfima parte de la información requerida por el proyecto en lo que se refiere a muestreo de los sedimentos. Y aunque el multicore fue en principio reparado por los técnicos de la UTM para intentar recuperar el tiempo perdido por DOSMARES fue Vicente, de Máquinas del GdC, el que con su profesionalidad y empecinamiento consiguió que se pudieran sacar algunas muestras más de sedimentos.

La frustración que estas circunstancias han provocado en los científicos de DOSMARES solo es comparable a la padecida por la tripulación. Si para unos significaba un grave obstáculo en el desarrollo del proyecto, para otros hacía que se temiera por la imagen que el barco daba como plataforma multidisciplinar poco fiable.

Lo cierto es que no está la cosa como para ofrecer una mala imagen del trabajo de un instrumento tan importante para los estudios de Oceanografía en el Mediterráneo occidental como lo viene  el GdC en los últimos treinta años, sobre todo cuando no es responsable de dicho retrato, sino una víctima del “fuego amigo”.

El maldito multicore viajará en los próximos días hasta el buque “Ángeles Alvariño”. Será interesante observar el comportamiento del animalito, a ver si entra en razón.

Un dato: desde 2011 el IEO (Instituto Español de Oceanografía) ha construido dos buques oceanográficos gemelos, de 46.7 metros de eslora: el propio “Ángeles Alvariño” y el “Ramón Margalef”, competidores directos del GdC en la lucha por conseguir carga de trabajo.

Otro dato: el IEO ostenta desde 2003 la Secretaría de la COCSABO (Comisión de Coordinación y Seguimiento de la Actividad de los Buques Oceanográficos; así se informa en la página web del IEO), o sea, el organismo que reparte la carga de trabajo a cada buque oceanográfico.

¡Huy, huy, huy, pero qué mal se reparten las habichuelas cuando el mango de la sartén está en otras manos!

El por qué de todo esto

Hace muchos años mi vida fluía al revés de la mayoría de la gente: dormía de día y trabajaba de noche. Abría sacas de correos como si degollara reses; las vaciaba de cartas y paquetes, que clasificaba e introducía en otras sacas que después cerraba para que siguieran viajando hasta su destino. Algo me debió ocurrir para que, de pronto, abandonara a mi pareja, dejara mi trabajo y me fuera de la ciudad. Quizá fue el cansancio, o el hastío, o el amor. Seguramente todo a la vez.

Entonces, mi mejor amigo me lanzó una sirga, una fina cuerda lanzada hacia el vacío, a la que me cogí desesperadamente: “vente a navegar”.

Desde entonces vivo más tiempo en el barco, el buque oceanográfico “García del Cid”, que en tierra firme. El barco es como una casa, y yo cocino para la familia que vive en ella. Una casa en la que siempre hay invitados, a veces tan cercanos y queridos como si fueran parientes; en otras ocasiones desconocidos que buscan a bordo, como los otros, la manera de saber más sobre el océano y sus habitantes, y que sólo el tiempo nos descubrirá si llegan a convertirse en “parientes”.

Durante más de veintidós años, mientras las ollas expelían vapores aromáticos, las conversaciones animaban el comedor entre el sonido de los platos, o paseaba por cubierta y por el laboratorio del barco después de acabar la jornada, he contemplado lo que ocurría a mi alrededor: cómo cambiábamos los tripulantes, presas del tiempo, yéndose algunos por la edad y otros porque su rumbo dejó de coincidir con el del barco. He visto cómo los científicos aprendían las leyes no escritas del trabajo en la mar, mientras yo aprendía a la vez algo sobre las preguntas que les llevaban a embarcar, aprovechándome de su paciencia y ganas de enseñar. He observado el firmamento, el horizonte y la mar, que a veces nos acunan y que en ocasiones nos asustan y hacen que nos sintamos pequeños y desvalidos. Durante todo ese tiempo he percibido los latidos de cada uno de esos sistemas, la tripulación, los científicos, el barco, la Ciencia, la mar, el cielo… cómo se acoplaban entrando en resonancia, o chirriaban como engranajes oxidados.

En los últimos años he intentado explicar lo que iba aprendiendo, transcribiéndolo al diario del barco, que se publicaba en la página de la UTM (“Unidad de Tecnología Marina”: http://www.utm.csic.es/garciadelcid_sit.asp)

A partir de hoy, lo haré aquí. Continuaré con mis preguntas, con mis miradas y mis escuchas, e intentaré reflejar en estas páginas la belleza que me envuelve, y la inmensa suerte que tengo de poder vivir de la mar y para la mar, por la que siento amor, a pesar de que ello me lleve a estar alejado de los seres queridos.

Soy Van Rap, cocinillas y cronista inquisitivo, y estás son las crónicas libres del buque oceanográfico “García del Cid”.