BUENA PROA, AMIGO

Eduardo frente a tierra firme

Eduardo frente a tierra firme

Vinagreta de Pulpo Blanco, Pescado Frito con Espárragos y Salsa Rosa, Crema de Calabaza y Judía Tierna, Chuletitas de Ternasco con Pimientos de Padrón, Patatas Fritas y All i Oli
Debería haber hecho fotos, pero me dejé la cámara en casa.
Acostumbrado al orden y concierto de decenas de embarques previstos con antelación, no atiné a recoger todo el equipaje que viaja conmigo de una casa a otra, de Zaragoza al barco, esté donde esté, y de nuevo a Zaragoza. Mi cabeza estaba abotargada por el drama que le envolvía. No es cuestión de dar detalles. Simplemente, era un día duro.
La cámara, y los prismáticos, y la “gopro”, todas las herramientas de observador quedaron junto a la puerta de casa, medio abandonadas, olvidadas. Así que hoy me he convertido en un testigo “ciego”, y me he dedicado a tomar el sol con la despreocupación de quien no se siente presionado por el futuro, mientras el barco giraba en torno a un punto del suelo marino, a mil metros de profundidad, donde un fondeo que incluía un correntímetro y una trampa de sedimentos se negaba a obedecer las órdenes que se le daban de volver a superficie, después de varias semanas de permanecer en el silencio batial.
Es comprensible. A cualquiera nos pasaría. Nuestros sentidos trabajan dentro de un umbral que puede variar en función de las condiciones ambientales. Oímos le zumbido de un mosquito si vivimos en un ambiente silencioso, pero en ese mismo ambiente somos incapaces de oír el estruendo del reactor de un avión: sólo percibimos dolor. Y viceversa.
Me imagino al fondeo en la oscuridad eterna, olvidado hace tiempo el viaje que le llevó desde la cubierta de un barco a través de la columna de agua hasta el fondo marino. Puedo imaginar el movimiento de la línea de boyas al son de las corrientes, sutiles a veces, pavorosas durante los episodios de cascading, mientras los sedimentos y la deformación de los parches anticorrosión van dificultando cada vez más la futura liberación del fondeo cuando reciba la señal sonora encriptada.
Y así acaba ocurriendo. El fondeo se niega a salir como si no pudiera oír la señal acústica emitida desde el barco, como si sólo percibiera dolor.
Pero la información que ha ido recabando durante esas semanas de inmersión es demasiado valiosa. Desde 2009 hay instalado un fondeo en las profundidades del cañón de Rosas. Con los datos conseguidos durante este tiempo y los que aún están por recabarse en el futuro se creará una serie temporal larga, que ayudará a entender los episodios de cascading relacionados con los temporales duros invernales en el nordeste de la Península Ibérica.
Por eso ha venido el GdC a estas aguas, como si fuera un camión de bomberos cuando un gato se niega a bajar del árbol. Y, una vez más, ha tenido éxito. Largando un aparejo de cable, pesos y rezones por la popa, ha conseguido tirar del fondeo hasta que éste ha quedado liberado de su lastre y ha emprendido el viaje de regreso a la superficie, impelido por la flotabilidad de las boyas que forman parte de él.
La maniobra ha sido perfecta, liderada por Álex, capitán del GdC.
No tengo fotos, ni las necesito. La foto de esta entrada estaba elegida desde hace muchos días, cuando estuvimos en Cabrera durante nuestra última campaña, a mediados de Junio. Esa fue la última campaña en la que el GdC estuvo capitaneado por Eduardo, mi amigo y compañero desde 1984, cuando nos conocimos en Palma, ambos secuestrados por el deber patrio. Fue él quien, a principios de 1992, me animó para que dejara mi frustrante trabajo como funcionario y me embarcara en un buque oceanográfico para trabajar en su cocina, aproximación asintótica a mi sueño no cumplido de ser biólogo, o marino –hubiera trabajado de lo que fuera: sólo quería navegar-.
He trabajado con Eduardo siete meses al año durante más de veintitrés. He cocinado para él, me he corrido buenas juergas con él, he alucinado con su pericia, hemos soñado juntos, nos hemos reído juntos y no hemos llorado juntos porque en aquellos tiempos los hombres no lloraban casi nunca. Hemos discutido, nos hemos disculpado y siempre nos hemos apoyado. He vivido más tiempo con él que con su hermana, mi mujer.
Ahora Eduardo ha pasado a formar parte de las llamadas “clases pasivas”, y sólo puedo desear que encuentre ahí cantidades significativas de felicidad y belleza.
Álex y Óscar, y Viña –que ostenta eventualmente el cargo de segundo de puente- han hecho con su pericia en la maniobra que, durante un ratito, me olvidara que Eduardo ya no estaba en el puente…
…Pero sólo ha sido un ratito.
Salud y buena proa, Eduardo, amigo.