201503 MUY NOBLE Y SIEMPRE LEAL

Muy Noble y Siempre Leal

Muy Noble y Siempre Leal

Espacio de tres dimensiones: mi tiempo; el suyo; el de ambos.
Así viví Lisboa buscando abrigo del temporal del W, mientras navegábamos hacia Marín. Apenas una mañana de paseos saltando de colina en colina.
Estas son las imágenes de esos paseos: https://www.flickr.com/photos/van_rap/sets/72157651635044185/
Habrá otra ocasión, con diferentes valores para mi tiempo, para el suyo, para el de ambos, y por eso percibiré Lisboa de otra manera.
Pero Lisboa siempre será muy noble y leal.

Cirugía ambulatoria

Émbolo de Er del pórtico, desmontado. Foto: Benito, del GdC

Émbolo de Er del pórtico, desmontado. Foto: Benito, del GdC

Barraganetes nuevos en la amura de Er. Foto: Benito, del GdC

Barraganetes nuevos en la amura de Er. Foto: Benito, del GdC

Dijeron que el GdC entraría rápidamente en quirófano pero ahí continúa, atracado en el pantalán del astillero, esperando turno.
Sin embargo, parece que no se están brazo sobre brazo, y ya han empezado a realizar trabajos de mantenimiento y reparación que no necesitan que el barco esté en varadero. Benito, primer maquinista del GdC, que realiza visitas al barco para supervisar dichos trabajos, ha tenido la deferencia de mandarme estas fotos en las que se aprecia que el émbolo de estribor del pórtico está desmontado, a fin de sustituir los casquillos. El pórtico es uno de los principales elementos del barco. Además de caracterizar la silueta del GdC -dándole un aspecto de coche GT muy atractivo, aunque los 10 nuditos de velocidad máxima no corroboren dicha promesa-, supone una herramienta vital para las operaciones en cubierta. Buena parte de la instrumentación oceanográfica necesita ser suspendida para poder sumergirla y recuperarla. La combinación entre un pórtico robusto y una maquinilla potente es necesaria para que dichas operaciones sean seguras para las personas y el instrumental.
La verdad es que ese émbolo de estribor del pórtico, que renquea como lo hacen las rodillas de varios de los que trabajamos a bordo, y por los mismos motivos -la edad no perdona, y menos si se le da caña al cuerpo- da bastante trabajo al personal de Máquinas del GdC, al que se le ve con frecuencia realizando reparaciones de urgencia gracias a las cuales las campañas pierden muy poco tiempo debido a esas averías.
En otra foto se observan los nuevos barraganetes de las amuras, recién soldados… Barraganete… ¡qué bonita palabra!: una de las muchas que enriquecen el vocabulario náutico en lo que a construcción naval se refiere. Los barraganetes son los remates de las cuadernas -las costillas- del casco, y sobre ellas se montan las chapas de la regala, que intenta impedir que las olas barran la cubierta, misión que cumplió a la perfección -o casi- en la singladura que acabó en Lisboa.
Benito, muy amablemente, me ha prometido nuevas entregas gráficas que serán rápidamente reproducidas en este diario.
Esperemos que la cirugía deje a nuestro GdC hecho un pimpollo.

201503 LA ISLETA

Egretta garzetta, garceta común

Egretta garzetta, garceta común

Caminar hasta sentir a tus piernas pidiendo cuartel. Esa es una de las maneras más reconfortantes de disponer del tiempo libre cuando el barco está atracado.

La ciudad de Las Palmas oferta varios recorridos en los que poder alargar el paso, harto de la corta zancada que se practica a bordo, intentando minimizar los efectos perniciosos del balance mientras navegamos.

Recorrer La Isleta es uno de los paseos más gratificantes. Caminando por esa península, de menos de once kilómetros cuadrados, descubrimos paisajes diferenciados, microcosmos que atraen por razones diametralmente opuestas:

En la parte occidental la playa de El Confital, donde hasta no hace muchos años existía un barrio de chabolas con fama de poco recomendable, Actualmente el lugar ha sido acondicionado para el paseo, muy frecuentado por gente haciendo ejercicio, o paseando al perro, o… fotografiando las aves que se alimentan entre las rocas durante la bajamar. En esta zona la mar del Noroeste, predominante en la zona, no bate con fuerza, y el promontorio proporciona socaire a los paseantes.

Su lado oriental está ocupado por el puerto de La Luz, donde gran parte del espacio, de las instalaciones y de las empresas ahí ubicadas están relacionadas, directa o indirectamente, con el negocio del petróleo. En sus descampados se acumulan miles de tramos de conducciones utilizadas en la prospección petrolífera, y en sus muelles atracan buques y plataformas de perforación.

En el sector septentrional de la península el oleaje provocado por los alisios rompe con fuerza, y a veces cuesta llegar hasta el final del paseo caminando contra el viento, donde unas alambradas lúgubres delimitan la zona militar de La Isleta.

Pinchando el siguiente enlace se puede entrar en el álbum de fotografías tomadas en La Isleta durante varios paseos, vespertinos y nocturnos: durante la mañana tocaba cocinar:

https://www.flickr.com/photos/van_rap/sets/72157651515265152/

Un día, sin embargo, me tomé la mañana libre para poder tomar fotografía con luz diurna. Fue cuando pude fotografiar el lado norte, donde la mar rompía, y las alambradas militares, oxidadas y odiosas. Pero ¡ay!, esas fotos quedaron a bordo del GdC por un error mío a la hora de arranchar para el desembarque. Esas fotos serán añadidas al álbum, pero no será hasta Mayo, me temo.

201502 GEOMARGEN

Recuperando un sismógrafo

Recuperando un sismógrafo

A mediados de Febrero de 2015 el GdC estuvo recuperando los sismógrafos OBS que el proyecto GEOMARGEN había fondeado, también desde nuestra cubierta, durante Octubre de 2014, en aguas a levante de las islas de Fuerteventura y Lanzarote, no lejos de los puntos de prospecciones petrolíferas realizadas por REPSOL en la zona.

REPSOL decidió en Enero que no seguiría realizando prospecciones en esa zona ni en las otras dos para las que había recibido la concesión gubernativa, ya que la calidad y cantidad de gas y petróleo encontrado no hacían rentable su explotación. Las expectativas de éxito iniciales del proyecto eran del 15 – 20%. Según ciertos accionistas de REPSOL -Caixabanc, Sacyr («El País», 16.01.15)-, la petrolera tenía menos interés que el Ministerio de Industria en que se realizaran dichas prospecciones.

Pinchando en el siguiente enlace https://www.flickr.com/photos/van_rap/sets/72157651038217339/ se accede al álbum de fotos realizadas durante la recuperación de los OBS. En ella se observa una mar limpia y una costa indemne… por ahora.

Animación suspendida

El GdC, atracado en la Factoría Naval de Vigo

El GdC, atracado en la Factoría Naval de Vigo

Guisantes con Jamón, Abae y Sama Albardadas con Ensalada de Tomate, Sopa de Verduras, Pollo Asado con Patatas Salteadas

Siempre pasa igual, y lo he comentado aquí muchas veces. Pero la sensación es tan sólida, tan concreta, que nunca acabo de acostumbrarme del todo, y cuando me pongo delante del teclado para intentar plasmar con palabras la cotidianidad, lo curioso, la sorpresa, lo mágico que significa trabajar en un barco como el GdC, no puedo evitarlo y vuelvo a narrarlo, a explicar cómo el tiempo adquiere tal elasticidad que marea más que el balance del barco, produce vértigo y desorientación. ¿Cuánto hace que salimos de Las Palmas? ¿Siete días? ¿Siete semanas? Y de Lisboa, ¿un día y medio? ¿Una semana y media?

Hace sólo horas paseaba por Lisboa forzando a mis pies a tomar direcciones desconocidas, liberado de la presión de tener que visitar los lugares más nombrados, más turísticos, ya conocidos en otras arribadas y viajes por tierra. Vagabundeaba fijándome en la gente, en los callejones, imaginándome como un lisboeta más –qué fácil es sentirse parte de la belleza-. Hace sólo unas horas, pero las percibo como días, a pesar de que la navegación desde Lisboa hasta Marín ha sido muy soportable. Quizás sea porque ahora mismo sólo miro hacia proa, hacia una estación, un camarote en el tren, un duermevela en el que las luces naranjas de estaciones casi deshabitadas se mezclan con los sueños, una llave que abre la puerta tras la que el amor se despereza y los besos activan las sinapsis donde reside mi otro mundo.
Ahora mismo me encuentro escribiendo esto mientras el barco se va vaciando, a ráfagas, de tripulantes. Ya sólo quedamos Eduardo, Benito, Álex y yo, que hasta la tarde no viajaremos a Barcelona, a Cangas, a Castro Urdiales, a Zaragoza… Personal del astillero entra y sale del barco, echando un vistazo a las obras de reparación y mantenimiento proyectadas. Fuera, la actividad de los operarios en los barcos que están en varadero y en los atracados en el pantalán, que no para ni de noche, recuerda la del hormiguero cuando ya los fríos estacionales ralentizan los movimientos de las obreras.

El GdC tiene una edad, pero está en forma. Es como los abuelos que huyen de los bancos bajo los árboles del parque y de la contemplación y salen aún en bicicleta, con pedaleo acompasado, sereno, efectivo, o los que encuentras a ritmo atlético por el monte, saludándote con un vigor que hace que aceleres algo el paso, picado. El GdC necesita cuidados, muchos de los cuales se los prodiga la propia tripulación, obreras que atienden las necesidades de la reina. Pero hay ciertas operaciones, ciertos cuidados, que exigen dejar la actividad científica y ponerse en manos ajenas. Entonces el GdC es un mero que deja de cazar y abre la boca, paciente, para que los camarones hagan su trabajo de limpieza hasta lo más profundo de sus fauces y sus agallas.

Ahora nos toca esperar. Volveremos a embarcar a finales de Abril con la esperanza de ser útiles, de poder dar el mejor servicio a los proyectos científicos y técnicos que contraten al GdC. En mi caso, tengo el firme propósito de conseguir que un par de tripulantes no muy dados a las salsas y la cocina elaborada se alimenten a bordo con más alegría, asumiendo que eso pueda significar, paradójicamente, más trabajo. Y mientras esté en tierra firme, mantener este diario vivo. Durante este periodo de inactividad del GdC que comienza hoy, aparecerán en estas páginas los enlaces para poder ver las colecciones de fotos realizadas durante la temporada, alojadas en mi página de Flickr, así como los de los vídeos alojados en You Tube. Y, en la medida de lo posible, comentaré las noticias que puedan interesar al GdC y a quien le sigue.

El GdC entra en animación suspendida, pero sigue latiendo.

Viernes y trece

Lentejas estofadas; Huevos Revueltos con Setas, Bacon y Papas Arrugás; Solomillo de Cerdo con Guarnición

El “Seacross”, un petrolero de 274 metros de eslora, cincuenta de manga y quince de calado, se nos acercaba a casi diez nudos. Aún lejos, el efecto de la curvatura de la Tierra y del oleaje de cinco metros hacía que, visto con los prismáticos, hubiera momentos en que su superestructura pareciera la torreta de un submarino nuclear; al momento siguiente, cuando el GdC se alzaba sobre la cresta de la ola, se veía perfectamente las dimensiones del petrolero y cómo las olas estallaban contra su proa como un globo de agua lanzado contra la pared.

El GdC no avanzaba a más de cinco nudos, luchando contra el oleaje de componente norte, más grande del que los pronósticos del tiempo habían previsto. Era un oleaje con un periodo corto -señal de que se estaba formando cerca de nuestra posición- combinado con el mar de fondo del que si estábamos sobre aviso. El resultado era un oleaje de cuatro metros con frecuentes crestas de cinco. La pericia de los oficiales de puente conseguía que el barco subiera y bajara las olas como si estuviéramos en una atracción de feria. Pero los trenes de olas siempre empiezan o acaban con “las tres marías”, unas olas más grandes fruto de fenómenos de resonancia entre todas las ondulaciones presentes. Las olas no parecían estallar contra el casco del GdC. Parecía, por el contrario, que era el casco del barco el que estallaba contra las olas. La sensación a bordo era parecida a la que se experimenta cuando uno va de pie en un autobús y el conductor tiene que frenar bruscamente, sumada a la vibración del barco, semejante al de una barra de hierro que golpeamos contra una esquina.

A las cuatro de la mañana nadie a bordo podía dormir, así que cuando el puente decidió que no podíamos continuar así y que era mejor arrumbar hacia Lisboa todo el mundo lo percibió y algo se pudo descansar, al fin.

El oleaje fuerte es una molestia. Impide dormir, la musculatura se cansa de intentar caminar sin parecer que estamos borrachos, y trabajar se hace complicado. En la cocina hay que aumentar la vigilancia: comprobar que dejas los cuchillos y cualquier otro objeto sobre una superficie antideslizante, asegurar todos los recipientes al fuego con las balanceras y con veta, calcular el contenido del recipiente para que el balance no lo derrame, etc.

Pero la mar, cuando presenta este aspecto rabioso, maximiza su belleza. Las crestas blancas resaltan contra el azul intenso, y los rociones que el viento arrastra dan al paisaje un aspecto desenfocado en el que los alcatraces adultos, con su inconfundible librea blanca salvo en las puntas negras de sus alas y en el cuello, de color cremoso, sobrevuelan rompiendo la formación cerrada que suelen adoptar.

A medida que nos hemos ido acercando a tierra firme la mar ha ido cambiando. Las olas han sido de menor altura a pesar de que el viento no amainaba, y el color de la mar ha ido girando desde el azul intenso al verde pálido. Cuando hemos embocado la ría del Teixo, las aguas ya eran de color verde aceituna y temblaban con las ráfagas que de vez en cuando conseguían salvar el socaire que proporcionaba la costa.

Si es un fastidio retrasar la llegada a Vigo porque se retrasa también la llegada a casa, el hecho de que el refugio sea en Lisboa minimiza la contrariedad. Como siempre, cada tripulante vive las circunstancias que se dan a bordo de una manera particular. ¿Habrá quien no se encuentre a gusto en Lisboa? Quizás. En mi caso, pocos puertos me parecen tan atractivos como Lisboa. Llegar a esta ciudad remontando el Tajo, pasar bajo el puente de Alcántara –la rodadura de cuyo tráfico emite un sonido parecido al zumbido de una colmena enfurecida-, presentar nuestros respetos a la Torre de Belem, contemplar el impresionante monumento a los descubridores… es, todo ello, un privilegio.

La Autoridad Portuaria de Lisboa ha tenido la deferencia de darnos atraque en el muelle exterior de una pequeña dársena donde está atracado el “Noruega”, un barco oceanográfico portugués. El barrio de Alcántara, y el Chiado, y Lisboa entera, a nuestro alcance.

Los días malos deben ser los martes y trece, y no los viernes y trece, está claro.

Seguimos son rumbo norte

Gambas al Ajillo; Chopa Frita con Papas Arrugás y Mojo Picón; Sopa de Pescado y Algas; Pechuga de Pollo a la Plancha, con Ensalada.

Debemos estar a unas ciento cincuenta millas del Roque del Este, que dejamos por la aleta de babor hace dieciséis horas, recortándose contra el gris azulado de La Graciosa y Lanzarote.

Son las seis de la mañana, una hora estupenda para leer. Despejados por el descanso, ojos y cerebro parece que hayan estado precalentando durante el leve lapso del despertar, de manera que en cuanto abro la luz de cabecera, me coloco las gafas de lectura –maldito tiempo que no conoce la piedad- y saco el libro de la bolsa placentaria que cuelga a escasos centímetros de mi cabeza, me sumerjo en el humanismo que destila el libro de Camilleri que estoy leyendo.

La madrugada también es un buen momento para escribir. Es como si, durante el sueño, las ideas se fueran colocando en su sitio sin esfuerzo, sólo con la fuerza gravitacional de la subconsciencia, como la harina en un frasco al golpear éste levemente.

Mientras escribo suena el disco “Songs”, de Brad Mehldau. Lástima no tener un té a mano. No sería difícil conseguirlo: un calentador eléctrico de agua, unos sobres de infusión y una taza elegida con esmero. Tengo espacio como para montar un pequeño office, pero la situación es coyuntural. Ahora que navegamos sin científicos ni técnicos a bordo los tripulantes nos desparramamos por los camarotes de las diferentes cubiertas como si negáramos nuestro carácter gregario. Por eso el camarote de seis metros cuadrados que comparto con Eva -la camarera y sanadora de a bordo- es, durante esta navegación, todo para mí sólo. No sé si cuando volvamos a ser pareja de hecho habrá sitio para la tetera, las tazas, las bolsitas de infusión y el azúcar moreno. Habrá que hablarlo, como hacen todas las parejas.

Hace escasamente treinta y seis horas que zarpamos de Las Palmas pero, con las propiedades elásticas que el tiempo adquiere en el GdC, parece que ya haga una semana que nos despedíamos de la ciudad, cada uno a su manera. En mi caso, escogí utilizar su abrigo para poder tocar el saxo hasta que tuve la sensación de que mi labio inferior, donde se apoya la caña, era de otro. Llevaba una semana sin tocar. En el laboratorio no podía hacerlo: siempre había técnicos atendiendo a las pantallas del instrumental, corrigiendo parámetros o maniobrando el chigre del que atoábamos la sonda de barrido lateral. Mi nivel de intérprete al saxo es, creo yo, el peor de todos: tengo suficiente soltura como para tocar muchos temas que llevan años en mi cabeza, esperando una oportunidad, pero no tengo suficiente consciencia –ni humildad, tal vez- para reconocer que puede que no suenen tan bien como a mí me parece. En cubierta no me atreví a tocar: había mucha humedad por el viento que formaba rociones y tuve miedo de que el saxo sufriera las consecuencias.

Cuando el saxo estuvo de nuevo en la funda, cogí la cámara y el trípode y me fui a fotografiar a los compañeros de pantalán, vecinos durante todos estos días que hemos estado atracados en Las Palmas. Quería documentar su existencia porque quién sabe si seguirán ahí la próxima vez que arrumbemos hacia este puerto. Son barcos en coma profundo, irrecuperables, y sólo el hecho de que siguen habitados impide que se les declare muertos. Marineros abandonados por sus armadores, o contratados por cuatro perras para que su presencia impida que acusen al armador de abandonar al barco, apenas se dejan ver durante el día, y cuando nos cruzábamos en el pantalán por la noche las altas farolas del puerto, semejantes a luces de naves extraterrestres sobrevolándonos, sólo me permitían ver sus siluetas a contraluz. Un cruce de saludos sin saber con quién lo cruzabas y cada uno continuaba su camino con rumbo opuesto al del otro.

Navegamos a ocho nudos y medio porque la mar tendida nos quita un nudo. Ignoramos si podremos llegar a Vigo sin hacer escala o si tendremos que recalar en Lisboa, como parece pronosticar la previsión meteorológica para dentro de cuarenta y ocho horas. Si es así nos rendiremos, yo al menos, a los pies de la belleza de esa ciudad en la que nadie tiene derecho a sentirse extranjero. Si pudiera elegir, preferiría visitarla cuando dentro de unas semanas debamos deshacer el camino para llevar el barco de Vigo a Barcelona, cuando volver con la familia aún estuviera lejos en el tiempo, no como ahora, que no hacemos más que pensar en todos los besos que se nos han ido acumulando durante estas semanas en Canarias.

Pero aquí quien manda es la energía acumulada en la atmósfera, que la hace revolverse hasta formar el viento que agita a la mar vistiéndola con volantes de olas blancas. Todo lo demás son deseos que sólo con la magia pueden tratarse.

Cierro esta entrada. Quiero aprovechar la conexión con el satélite para poder subirla. No tendremos Internet hasta que no veamos las islas Cíes por la proa -¿qué estará pasando en Cabo Leeuwin?-, pero la tecnología del sitio en donde se aloja este diario tiene, cómo no, su pequeña dosis de magia. No sé cómo quedará visualmente la entrada: edito a ciegas. Ya se me disculpará.

Seguimos con rumbo norte.

Arrancando

El GdC arranca su máquina.  A las 1900 hora insular zarpamos hacia Vigo. Con un poco de buena suerte,  cuatro días de navegación cómoda y un día con mar tendida de través de cinco metros.

Sin comentarios.

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El GdC, y dos barcos más allá, hacia proa, el Athina

Le hemos pedido al Athina si nos podía acercar a Vigo. En su cubierta diáfana podríamos estibar cómodamente al GdC…

Pero parece que no le iba de camino.

¡Lástima!