Hace tanto tiempo que no añado una nueva pieza a estas crónicas -seis meses-, que he preferido hacerlo desde el móvil, aprovechando que el pequeño androide verde es tan espabilado, y no tener que enfrentarme al escritorio de WordPress, con todas sus teclas y opciones.
Desde algún punto entre Miranda de Ebro y Burgos, sin haber llegado ni a la mitad del viaje desde Zaragoza a Vigo en ferrocarril, yendo a velocidad pre AVE, vuelvo a enfrentarme a la pregunta que me ha estado martilleando durante estos meses como la gota de un grifo mal cerrado, ahogando cualquier oportunidad de conciliar el sueño: ¿cómo no fui capaz de escribir nada en todo este tiempo?
Soy consciente de que podría haber explicado que el GdC colaboró con los trabajos de homologación del submarino ICTINEU 3, el submarino catalán capaz de sumergirse hasta los 1200 metros (noveno en el ranking mundial). Pero nuestra colaboración se limitó a permanecer en nuestro atraque en Barcelona, preparados por si se nos necesitaba en su rescate durante las inmersiones de homologación que realizó en aguas marsellesas, durante el otoño pasado. Afortunadamente, no fuimos necesarios ya que las inmersiones fueron un éxito, y en este caso la máxima «no news, good news» era más veraz que nunca, aun a costa de que significase el silencio del blog.
El GdC salió con alumnos del máster en Oceanografía de la Universidad de Barcelona. También podría haber escrito algo al respecto… o sobre la salida para recuperar un fondo perdido lo más profundo de los cañones de Palamós… o… no, sobre la campaña del proyecto DEEPVISION, de la doctora Montse Demestres no pude escribir porque no estaba a bordo por motivos felizmente dejados atrás. También es cierto que entre la pérdida de redes y el mal tiempo imperante la campaña quedó en nada, siendo más que probable que se vuelva a realizar en otoño.
En el fondo, sé cuál es la respuesta: no escribí durante estos meses porque caí en una balsa de arenas movedizas. Veía pasar los días a mi lado sin poder agarrarme a ellos para que me arrancaran de la succión de ese pozo de atonía y laxitud.
Tras esta confesión la siguiente pregunta es obvia: ¿a qué me he agarrado, pues, para salir del trance? Sobre todo, el haber tomado consciencia de que soy el más veterano a bordo y de que tal vez no me quede mucho tiempo de serlo… De que embarcamos para una campaña «larga» (casi treinta días navegando, contando los tránsitos), que proporcionará muchas historias que contar… De que necesito perder de vista tierra firme, aunque eso signifique volver a abrir el arcón de las despedidas, para encontrarme con horizontes añorados… De que…
De que lo más bello es navegar, sea en la mar que sea, por más que en algún momento produzca vértigo.