Guisantes con Atún, Carne Empanada con Patatas Fritas, Sopa de Pescado y Algas, Sepia Guisada, con Arroz
La mar que nos ha echado del Cap de Creus se calma esta noche como queriendo despedirse en paz de nosotros, después de cuarenta días de una campaña bendecida por un porcentaje inusualmente bajo de horas perdidas por mal tiempo.
El GdC, con CONECTA a cuestas, ha dejado el Cap de Creus y ha ido en busca del frente, intentando tener muestras casi simultáneas de las aguas frías y calientes separadas por dicho frente. Así hemos estado durante todo el día, y seguiremos muestreando con los bongos y el CTD hasta que llegue la hora de arrumbar a Barcelona, donde tenemos previsto amarrar a primera hora de mañana. Mientras, se van recogiendo la Mocness, la mesopelágica y el patín Neuston, y los trabajos de mantenimiento son realizados con machacona regularidad.
Morane, en estas últimas horas, ha querido mostrarnos algunas de sus habilidades, al margen de su capacidad para generar modelos matemáticos que recreen la conectividad entre las poblaciones de Aristeus antennatus, la gamba rosada, la cual podrá demostrar a lo largo del desarrollo de su tesis. A bordo nos interesaba mucho más su habilidad culinaria, que ya mostró con las galettes. Esta vez nos ha obsequiado con un Far Breton, una especie de pudding o natilla espesa, con ciruelas pasas en su interior: un alimento que debería ser añadido a los menús de los viajes siderales y a las bolsas de supervivencia de las balsas salvavidas.
Lo que desconocíamos de ella es que practica el pole dance, esa modalidad gimnástica que consiste en hacer piruetas de todo tipo en torno a una barra vertical. Morane apareció en proa mientras yo observaba la vida que pasa junto al barco, se encaramó al mástil de proa y se quedó suspendida de una mano y de sus muslos, que aprisionaban el mástil como si lo fueran a estrangular. Mi primer impulso, como delegado de Prevención que soy, fue conminar a Morane a que depusiera inmediatamente su actitud ante el riesgo de sufrir daños de consideración, teniendo en cuenta de que todo lo que le rodeaba eran hierros. Pero pronto pude comprobar que la probabilidad de que Morane perdiera su asimiento era mucho menor que la de que yo tropezara con cualquiera de esos hierros, estando como estaba sentado sobre el tambucho del pañol de proa. Así que le dejé hacer, maravillado de la facilidad con la que desafiaba aparentemente a las leyes de la física.
La campaña de CONECTA llega a su fin. Sentado en el tambucho, solo de nuevo, me invade una extraña sensación. Junto con la obvia alegría por encontrarme con la familia -la que escogí; la de a bordo viene impuesta por el contrato- para disfrutar de unas vacaciones alejadas de las fechas usuales, no puedo evitar sentir como algo que no puedo catalogar sino de saudade anida en algún lugar entre la consciencia y el corazón. Después de cuarenta días, ¿hacia dónde y cómo voy a fijar los ojos ahora, acostumbrados como están a enfocar el horizonte y a la vez a las aguas más allá de la superficie? Tendré que ir acomodándolos al plano corto, a la carestía de la fascinación…
Es así. La mar se va metiendo en nosotros, o somos nosotros los que nos vamos disolviendo en ella, no lo sé. La cuestión es que cuanto más tiempo estás en este mundo líquido, cuanto más tiempo permites que te rodee y te meza, aunque sea violentamente, más cuesta despertar de la hipnótica atracción que produce. Si empiezas a soñar con la Vendée Globe, entonces ya no tienes remedio.