Frente a la alambrada

La mar frente a la alambrada

Alambradas en La Isleta

Sopa de Pescado y Marisco, con All i Oli; Calamares Encebollados, con Arroz Integral; Libritos de Lomo de Cerdo, con Patatitas

La tablilla junto a la salida a cubierta avisa que el GdC tiene previsto zarpar de Las Palmas en dirección a aguas al sur de la isla el próximo viernes, a las 8 de la mañana. La fecha es elegida, simplemente, porque hasta ahí  llega la previsión sobre el estado de la mar. Así que, por ahora, no hay certeza sobre cuándo volveremos a navegar. Es irritante.

La situación lleva a la Fonda del barco a un juego de lógica en el que se debe hallar la combinación de menús que permita optimizar los recursos y, sobre todo, que evite tirar comida. El número de comensales es, sobre todo en las cenas, una de las incógnitas de la ecuación; la otra, qué dejar de cena que se pueda reciclar al día siguiente, si los comensales deciden tomarse unas tapitas por la ciudad y sólo se consume, entonces, la mitad del género ofrecido para la cena.

Por otra parte, cocinar con el barco atracado tiene la ventaja de que los platos no cobran vida sobre las encimeras, las ollas no amenazan con escaldarnos en pleno balance del barco…

Tocar el saxo también es más fácil, tanto para el instrumentista como para los que pretendan huir de sus notas octavadas por un momento de ofuscación.

Y cuando el labio inferior comienza a dar muestras de flaqueza después de una larga sesión de instrumento, siempre queda el ir a tierra, a caminar. Sigo visitando La Isleta de Las Palmas, la última vez ayer, hasta encontrar las alambradas que te disuaden de entrar en una zona militar que parece tan irracional como anacrónica.

El paseo por la parte más septentrional de Las Palmas cuando los alisios levantan la mar es emocionante. Dejando atrás la playa del Confital, donde hubo en tiempos un asentamiento de chabolas y que ahora está habilitada para facilitar el paseo, la costa vira hacia el este, presentando un frente donde el oleaje rompe con furia. También ahí hubo algunas edificaciones de las que ahora sólo quedan ruinas, salvo una incólume donde alguien -me pareció verle en el patio que daba a la mar- se resiste a abandonar un paraje imponente, a la sombra de los conos volcánicos que forman La Isleta. Unos cientos de metros más allá la alambrada nos detiene frente a letreros que avisan de que es una zona de prácticas de tiro. Curioso emplazamiento para esa actividad, teniendo en cuenta de que es un Paisaje Protegido desde 1987. Supongo que allá ya no se dispara nada, pero los carteles y las alambradas perviven por una cuestión, quizás, de soberbia.

Vuelvo sobre mis pasos con la alambrada retratada en mi memoria y en mi cámara, mientras pienso en los últimos tiempos que le está tocando vivir al GdC y me pregunto si no habrá alguien, ahora mismo, tendiendo una alambrada en torno a él, por debajo de la superficie de unas aguas que parecen tranquilas.

Navegar mañana

Las Canteras desde La Isleta

Las Canteras desde La Isleta

Jurel Escabechado con ensalada; Entrecotte a la Plancha con Arroz Frito Sazonado con Mojo Verde y Revuelto de Setas; Focaccia de Carne Tex-Mex, y de Pesto con queso de Burgos
Después del primer té de la mañana monto en la bicicleta, que queda amarrada durante la noche a la farola que ilumina los cadáveres que habitan este cementerio, y me voy a comprar el pan del día a una panadería del Paseo de Las Canteras. Apenas diez minutos cruzando los barrios de La Isleta y de Santa Catalina, medio dormidos todavía, hasta desembocar en la playa de Las Canteras, por donde los primeros paseantes –la mayoría de ellos turistas- andan a paso vivo sin dejar de mirar el mar que rompe contra barrera natural de la playa. A veces llego antes de que hayan subido la persiana de la panadería, y también yo quedo hipnotizado por la playa urbana más bella que conozco.
Afortunadamente hay sortilegios para romper los encantamientos. A mí me salva el mirar a los niños y niñas disfrazados para el Carnaval, cogidos de las manos de sus madres, que posan orgullosas cuando alguna vecina alaba el disfraz del crío, diciéndole a éste alguna gracia que no siempre acaba de comprender pero que no le quita la felicidad de la cara. Es emocionante ver la alegría de los niños de Las Palmas durante estas fechas, que me hace recordar momentos vividos con mi hijo, en otras circunstancias, pero igual de intensos.
Roto el encantamiento descubro que ya han abierto la panadería, así que me encamino hacia ella recordándome que debo mantener la serenidad y la mente fría ante los aromas que salen del obrador. Las dependientas, que son por lo menos igual de dulces que el bienmesabe, me saludan con el surrealista “¿qué te llevas hoy, mi niño?” al cual me he acostumbrado con sorprendente facilidad. Balbuceando, consigo hacer el pedido mientras procuro no mover los ojos una cuarta hacia abajo, donde un mostrador se obstina en hacerme contemplar el más letal de los arsenales del diablo travestido de panadero, que aparenta haber sido diseñado para tentarme exclusivamente a mí. Soportado una vez más el trance –que hace que me plantee si no tendré una vena masoquista muy especializada- vuelvo al barco con la mochila atiborrada de pan y pastas, aseguro la bicicleta en su farola y comienzo a cocinar.
Es coger el cuchillo en la mano izquierda y la cebolla en la derecha para empezar a hacer un sofrito y comenzar a pensar, como ocurre en la piscina cuando llevas un par de largos y ya estás aburrido. Me pregunto cuántas teorías científicas se han enhebrado o se han deshecho en una piscina… cuántos amores han decidido darse a conocer y cuántos fracasos se han reconocido en el enésimo largo. En la cocina pienso mucho, obviamente en sentido proporcional, no absoluto –en sentido absoluto no pienso mucho en ningún sitio ni en ningún momento… creo que en la mili esa actitud, aplicada al uso de las armas, se le denominaba tiro intuitivo-. Muchas de las acciones implicadas en preparar un menú están automatizadas después de tantas repeticiones.
Hoy he estado pensando en la falta que me hace salir a navegar. Es mi estado natural cuando estoy embarcado. Tocar tierra es siempre agradable cuando llevas muchos días en la mar, sobre todo si es un puerto nuevo, porque incita al descubrimiento, pero también si es un puerto conocido porque recuperas rápidamente los senderos que llevan al mejor bar, al mejor banco del parque, a la mejor librería…
Pero llevamos desde el día 3 en Las Palmas, y hemos navegado apenas 48 horas. El barco necesita navegar, mover los pistones en los cilindros, el cigüeñal, los balancines. La tripulación necesita navegar aunque algunos de sus integrantes no sean conscientes de ello, retomar el ritmo metódico de las guardias, comer y cenar a sus horas. Yo, sobre todo, necesito navegar: que la tripulación coma y cene a sus horas –en la Fonda nos vamos a volver locos con el continuo ejercicio de reconfigurar menús, reciclar materias primas…-; necesito ver el horizonte en toda su amplitud, y desde él hasta el costado mismo del barco, buscando secretos que tanto tiempo habrán estado esperándome; necesito ver pasar la sombra de aves marinas sobre mi cabeza, la cabeza de una tortuga asomándose entre dos olas, la ola que rompe la ballena justo antes de exhalar su acuoso suspiro.
Han acabado los Carnavales y la gente se reintegra a sus quehaceres cotidianos. Ahora que los niños vuelven a su semblante enfurruñado mientras van a la escuela atoados por sus madres, ¿cómo voy a salvarme del encantamiento de la mar rompiendo contra la barrera de Las Canteras?
Creo que a partir de mañana iré a por el pan con un cartel colgando del cuello para que, si acabo hipnotizado por las olas y el horizonte sobre el que Tenerife aparece como una nube más, alguien lo lea y actúe en consecuencia:
“Por favor, llévenme hasta un barco que esté a punto de zarpar, el que sea. Necesito navegar”

Esperar también es esto

Obeliscos en la marCrema de Legumbres con Costrones; Papillot de Salmón y Espárragos Trigueros Salteados; Ensalada de Mozzarella di Búfala, Frutos Secos y Aceite Especiado; Pollo Guisado en Fritada
Atracados en el pantalán de Cory, en el puerto de Las Palmas, las cubiertas y portillos del GdC ofrecen visiones dignas de ser descritas.
Mirando hacia el sur las torres de los cuatro barcos de prospección petrolífera que se mantienen fondeados en las proximidades del puerto parecen obeliscos metálicos construidos por una cultura megalómana. Las petroleras se baten en retirada del campo de batalla de Lanzarote y Fuerteventura. No les ha vencido la presión popular, sino las condiciones geológicas y las peculiaridades del mercado del crudo. Con el precio del petróleo cayendo más y más no es rentable explotar el yacimiento detectado en aguas orientales de Lanzarote y Fuerteventura. Cuando el precio del crudo suba quizás valga la pena extraer el petróleo canario. Mientras esperan cambios en las mareas macroeconómicas, las petroleras se trasladan a terrenos en donde sí vale la pena operar, sobre todo si no están obligadas a realizar estudios sismológicos sobre el impacto de sus actividades. Y cuando necesitan reabastecerse o efectuar reparaciones vienen a Las Palmas, recordando a sus habitantes que nunca se irán definitivamente, que antes o después volverán e hincarán sus perforadoras, para lo bueno y para lo malo, repartiendo riqueza o pobreza, salud o enfermedad.
Si se mira hacia el Este, sobre todo si se hace a través de los portillos de la cocina o del comedor, el sobresalto puede ser mayúsculo. Varias veces al día atraca y zarpa un fast ferry que une la isla de Gran Canaria con Lanzarote. Es un gran catamarán que en su maniobra de aproximación al atraque pasa a nuestro lado dando atrás, casi a la misma velocidad con la que nosotros navegamos avante toda. Atraca de popa, abre sus compuertas y una hilera de coches es regurgitada en el muelle mientras otra fila semejante circula en sentido contrario, tragada por las fauces del barco. Un cuarto después de haber atracado zarpa y pasa de nuevo junto a nosotros, con la misma temeraria velocidad con la que entró. Cuando ya la popa se aleja de nosotros, más de uno, yo el primero, suspiramos tranquilizados hasta la próxima maniobra.
Nuestra visión hacia el norte y el oeste la ocupa un cementerio. Cada vez que salimos del barco y nos encaminamos hacia la salida del puerto debemos recorrer los cien metros del pantalán de Cory en los que más de media docena de barcos yacen exánimes, corroídos por el óxido y la pobredumbre. Sin embargo, alguien vive en esos barcos. Garrafas de agua rellenadas con la lluvia o bajo fuentes públicas; ropa tendida, milagrosamente blanca entre el orín de grúas desvencijadas y tambuchos desencajados; tablones deformados por la humedad convertidos en pasarelas por las que sólo los habitantes fantasmas de esos cascos que flotan con tozudez se atreven a circular… Esas son las señales que les delatan. Ignoro si vigilan a los barcos, salvándolos de la condición de abandonados, o si son los barcos los que prestan un postrer servicio vigilando la supervivencia de los que fueron sus marineros. Un cementerio de barcos pesqueros de procedencia esquiva y de personas invisibles y silenciosas, que produce una sensación en la boca del estómago, mientras recorres el pantalán, parecida a la que sientes cuando sabes que nunca más podrás volver a besar a la persona de la que te acabas de despedir.

¡La vita è bella!

Ay, Billy Boy!

Entrante de Montaditos de Queso, AnchoaTomate y Genjibre; Fideuá de Costilla y Pollo; Abae al horno con Patatas a lo Pobre
Que las Islas Canarias se hallan profusamente colonizadas por ciudadanos alemanes es un hecho, corroborado incluso por la propaganda que se exhibe a pie de carretera. ¿Temen acaso los alemanes que resentidos como estamos por las fechorías de sus mandatarios, nos dediquemos los españoles a pinchar los preservativos nacionales destinados a sus exclusivas colonias en la isla? Sólo eso podría explicar encontrar el anuncio de tamaño “autovía” arriba expuesto.
Las Canarias están lejos de la Península. En los mapas políticos se suele añadir un recuadro que salva los casi mil kilómetros que hay entre la Isla Alegranza, al norte de Lanzarote, y Cabo San Vicente, el extremo suroccidental de la Península. Para recorrer la distancia entre el estrecho de Gibraltar y Las Palmas, el GdC navega dos días y medio, lo mismo que para ir del Estrecho a Barcelona, o de Vigo al Estrecho. Pero es volando cuando uno adquiere realmente consciencia de la lejanía de estas islas. El vuelo entre Barcelona y Las Palmas dura casi tres horas y media, una eternidad si lo comparamos con el resto de vuelos en territorio nacional.
Quizá por eso en las islas muchas cosas son diferentes, y no me refiero a cómo se denomina aquí al autobús, ni que a un tipo como yo, cincuentón y con barba de días tan blanca como la del abuelo de Heidi, una chica que no llegará a los veinticinco años le identifique como “el muchacho” –lo cual hace preguntarte si no sería este un buen territorio para pasar una vivificante jubilación-.
Acostumbro a visitar el mercado de los puertos que visito, si la ocasión lo permite. El de Las Palmas vale la pena, si no por el tema arquitectónico, sí y mucho por lo que allí se vende. Me centro, sobre todo, en las pescaderías. Las riquísimas aguas de la plataforma canaria y del banco sahariano forman en las pescaderías canarias aparadores de un colorido, abundancia y variedad que es muy difícil de encontrar en las pescaderías de las grandes ciudades peninsulares. Todo el pescado fresco y de pesca extractiva que se vende es de proximidad, lo cual es de agradecer. Aprovechando la coyuntura hice la compra del pescado fresco personalmente, escogiendo un poco de todo: corvinas, chopas –de la familia del sargo-, burros, brecas –pajeles-, abae…
Busco en Wikipedia “abae” por saber cuál es su grado de parentesco con el mero, y me encuentro con que para la enciclopedia social “abae” es… ¡”Agencia Bolivariana para Actividades Espaciales”!, que se encarga de controlar, entre otras cosas, a los dos satélites artificiales que Venezuela ha puesto en órbita: el “Simón Bolívar” y el “Miranda”. Bien, la verdad es que comerte una ración de abae al horno, con sus patatitas cortadas a lo pobre embadurnadas con una mezcla triturada de cebolla, ajo, laurel, eneldo, vino blanco, limón y aceite, hace que te sientas como en el cielo… pero dudo que esa sea la explicación del nombre común de Mycteroperca rubra, serránido primo del mero. Parece ser que su nombre está más bien relacionado con la contribución en especies que se pagaba a los abades o religiosos.
No tengo muy claro que esté relacionado con la situación geográfica actual del GdC las dificultades que hemos encontrado para realizar la compensación de la aguja –corrección de la desviación de la aguja magnética, último recurso a bordo para conocer el rumbo si los artilugios electrónicos se vienen abajo-, de la que se encarga un técnico especializado moviendo diferentes masas férreas colocadas en torno a la aguja hasta compensar la desviación generada por los hierros del barco-. La cosa es que salimos el viernes a dar vueltas por aguas próximas a la bocana y que acabamos con la magistral –estructura de madera donde se instala la aguja- desmontada y con la aguja sin compensar. Hoy hemos salido y en media hora estaba resuelto… la aguja se había vuelto dócil durante el fin de semana, por lo visto.
Esta medianoche salimos hacia aguas cercanas a Lanzarote y Fuerteventura para recuperar los sismógrafos… y nuestras sensaciones de buque oceanográfico, ya de paso. Luce el sol, el viento ha calmado, tenemos 20ºC… ¡la vita è bella!

ARRORRÓ PARA EL GdC

“Pa amb Tomaquet” y Jamón, Langostinos Cocidos, Gambas rebozadas, Caldo Gallego, Pollo a la Cerveza

Abandonamos el sitio de Las Palmas y pusimos rumbo hacia el NE para dejar por nuestro costado de babor a Fuerteventura y Lanzarote. En cubierta, una batería de contenedores que ni IKEA hubiera diseñado mejor esperaban a que llegáramos a la zona de estudio del proyecto GEOMARGEN, liderado por el profesor de Investigación César R. Ranero, del ICM-CSIC.

El objetivo de GEOMARGEN en la zona es estudiar la sismicidad de la cuenca de Tarfaya, registrando la sismicidad de la zona durante tres meses, analizando las causas que la puedan provocar, sabiendo que los terremotos pueden ser originados por procesos tectónicos o volcánicos. También producen terremotos los deslizamientos de ladera, la migración de fluidos y la actividad antropogénica. Para realizar ese estudio, GEOMARGEN necesitaba fondear diecisiete sismógrafos de fondo oceánico (Oceanic Bottom Seismograph, OBS, en inglés), para formar una red a complementar la terrestre ya instalada por el CSIC en tierra firme, en Canarias y en África.

Y ahí estaba el GdC, aburridísimo en el puerto de Barcelona, dispuesto a cualquier cosa con tal de ser fiel a su naturaleza más íntima, que es ser útil a los científicos. De tal intensidad es esa naturaleza que, no contentos con acudir a la llamada de GEOMARGEN desde Las Palmas, se aprovechó la ocasión para fondear un anclaje del proyecto FORMED, del Dr. Jorge Guillén, del ICM-CSIC en aguas cercanas a Garrucha, Almería.

La operación de fondeo de los OBS ha discurrido con eficacia y celeridad semejante al de los bombardeos aliados de Dresde. Tras probar los transductores electroacústicos que forman parte del sistema de liberación del OBS, sumergiéndolos a 1000 m. -en una canastilla parecida a las que contienen las botellas de refrescos para su reparto al por mayor-, y mientras el barco navegaba al punto designado, se montó el primer OBS como si fuera un diseño de Playmovil (aunque un juguete de esa marca no hubiera sufrido la rotura de una soldadura en el enjaretado donde se monta la estructura –lo juro: he montado y remontado, como asesor de mi hijo, naves espaciales, granjas, castillos, vehículos de todo tipo, y nunca, nunca se rompió una pieza al montarla… y no, este blog no está patrocinado por la marca de juguetes-).

El OBS no es un anclaje como los que se utilizan en Oceanografía física, en los que sobre un cable se monta la instrumentación y las boyas que le proporcionan flotabilidad, mientras un lastre –ruedas de tren, cadenas de ancla…- lo mantiene anclado al fondo hasta que se activa el transductor y el liberador deja que toda la línea emprenda el viaje de vuelta a superficie. Los OBS apenas levantan un metro desde el enjaretado metálico sobre el que se montan. En un bloque compacto se acopla el sismógrafo, las boyas que lo devolverán a la superficie, el transductor electroacústico, el mecanismo de liberación, el lastre que lo mantiene pegado al fondo, y un emisor de radio, una luz estroboscópica y un banderín la mar de gracioso para facilitar su detección en superficie. Cuando se largan desde la popa con la grúa pórtico del barco, emprenden su viaje hacia el fondo perfectamente adrizados, a una velocidad de 50 metros por segundo. Los primeros metros de ese viaje han sido filmados con mi nuevo juguete, una cámara GOPRO, colocada en una pértiga que permite sumergirla y enfocarla desde el barco. De esa misma manera he podido filmar delfines comunes nadando por delante de nuestra proa, y cómo se desplegaba la red mesopelágica que probamos antes de salir de Barcelona hacia Las Palmas. Todos esos vídeos serán subidos en cuanto sea posible a YouTube, y sus enlaces aparecerán en estas páginas.

Montando un OBSEn cuanto se largaba un OBS, ya se empezaba a montar el siguiente, mientras esperábamos en la zona a que el anterior llegara al fondo para comunicarnos con él y comprobar que había llegado indemne. Así hasta diecisiete. Sin contratiempos. Tres meses estarán los OBS en el fondo, entre los 700 y los 1300 metros de profundidad. El GdC se quedará aquí, mientras tanto; nosotros, la tripulación, no. Nos iremos a casa para pasar una temporada entre los nuestros. Pasado ese periodo, hacia finales de Enero, volveremos a Las Palmas, arrancaremos las máquinas del GdC y zarparemos para recuperar los OBS.

A nuestro alrededor, pesqueros japoneses y rusos se avituallan antes de emprender una nueva campaña de pesca. El GdC, mientras, se va poniendo el pijama.