Cagliari o Cagliari

Los cinco metros cuadrados de Túnez hollados por el GdC

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Ensalada con Conservas de Pescado y Vinagreta de Limón

Sepia con Guisantes

Gazpacho

Pavo en Salsa de Tomate, con Patatas Fritas

Los minaretes se destacaban por encima de los tinglados del puerto, pero no nos llegaba la llamada al rezo del munathen. Aunque el viento hubiera llevado hasta nosotros su canto, quizá no le hubiéramos prestado atención, concentrados como estábamos en atender a las autoridades portuarias que se obstinaban por encontrar, rebuscando en cada rincón del barco, alcohol destilado, tabaco y drogas.

Habíamos llegado a Túnez.

Mientras esperábamos que la inspección portuaria decidiera si todo estaba en orden, las personas que debían desembarcar –Sergi, del proyecto, y Vicente, tripulante- se comían las uñas mirando una y otra vez el reloj, temiendo que al final tanto retraso les hiciera perder el vuelo. Traumático, tras haberse visto obligados a cambiar los billetes que tenían para el día anterior al permanecer el barco anclado en las cercanías del puerto, esperando el permiso para entrar. Veinticuatro horas viendo pasar los aviones por encima de nuestras cabezas en la maniobra de aproximación, y Vicente esperando que el parto de su primer hijo no se adelantase a la fecha prevista.

Al parecer, cuando se diseñó el plan de campaña, el proyecto pensó en Bizerta, algo más al norte que el de La Golette -el puerto exterior de Túnez- como lugar para realizar intercambio de personal y aprovisionamiento del barco. Lástima que anexo al pensamiento de atracar en Bizerta no fuera el de realizar las gestiones administrativas necesarias para conseguir que ello fuera posible, sobre todo teniendo en cuenta de que Bizerta es un puerto militar y una terminal privada de contenedores.

Por lo tanto, mientras no se culmine el dichoso proceso administrativo –que la Fuerza nos acompañe, por si acaso- el puerto de referencia en el sur de la zona de trabajo será Túnez, pese a quien pese. Algunas horas en Túnez, una bonita demostración de la actividad de la inspección marítima de aquel país mientras los charrancitos comunes –Sternula albifrons- pescan en la dársena, una pequeña provisión traída hasta el barco en bolsas de basura como si fueran fruto de un desahucio repentino, y otra vez a navegar hacia la zona de trabajo. De la jornada en el paraíso tunecino, lo único que realmente fue positivo fue que final mente los que tenían que volver a casa pudieron hacerlo, que no es poco. Para el recuerdo, una foto pisando suelo tunecino, quizá no la última.

Tras Túnez, unas horas de pespunte al traje que estamos confeccionando sobre la carta, y a buscar rápidamente refugio en Cagliari, con los vientos de NW soplando duro. Hubo algunos momentos, durante la madrugada, en que los balances que tomaba el barco me hacían reposar sobre el mamparo en vez de hacerlo sobre el colchón. Si la secuencia hubiera sido filmada sin otra referencia espacial, hubiera parecido que había sido poseído por algún demonio aficionado a la náutica deportiva.

En Cagliari, carabinieri sonrientes y amables, libertad de movimiento inmediato, provisión exquisita –pero cara: ya se sabe, es salir de casa y no dejar de abrir la cartera-, paseos por las calles empinadas de la ciudad vieja y por las pistas planas que circundan las salinas, y para rematar, inmersión en el arte culinario sardo, entre frituras de pescado y pizzas embadurnadas de verdad.

De nuevo a navegar, hilvanando la puntada que dejamos a medias, ahora sin Susanna -aunque sus risas aún resuenan por los pasillos-.

Que quede claro. De verdad, si nos preguntan, sinceramente: Cagliari o Cagliari.

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